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El ahogamiento secundario, ¿existe realmente o es un bulo?

La probabilidad de que los menores sufran percances en piscinas y otros entornos con agua, informa la Asociación Española de Técnicos en Salvamento Acuático y Socorrismo, aumenta de los 2 a los 4 años. En esta etapa, los niños adquieren las destrezas motoras suficientes para desplazarse de un modo autónomo y los adultos tendemos a relajarnos ante el desarrollo de tal capacidad. No obstante, pasada esa edad el peligro continúa siendo muy real. De hecho, entre los 5 y los 14 años constituye la principal causa de mortalidad infantil por accidentes a nivel internacional. Normalmente, las consecuencias de estos episodios, para bien o para mal, son inmediatas. Aunque es común encontrar diferenciaciones entre el ahogamiento inmediato y el conocido como ahogamiento secundario, expresión desacreditada de manera oficial, como veremos, por la comunidad científica.

Ahogamiento: definición y posibles escenarios

La definición médica de ahogamiento se corresponde con el proceso de experimentar un deterioro respiratorio por inmersión en un líquido. A raíz de tal acontecimiento, únicamente pueden producirse tres resultados: un final fatal, uno no mortal con lesiones o enfermedades u otro no letal sin lesiones ni enfermedades. Tal planteamiento viene avalado por la OMS y las principales instituciones sanitarias de todo el mundo, que rechazan la adición de otros términos para distinguir entre casos de fallecimiento instantáneo o tardío por la mencionada causa.

Ahogamiento secundario
Las autoridades médicas rechazan la utilización de la expresión ‘ahogamiento secundario’ | Fuente: Pexels

¿A qué se refiere el ahogamiento secundario?

El origen del error lo explican con gran claridad los doctores Seth Collings Hawkins, Justin Sempsrott y Andrew Schmidt en su publicación Drowning in a Sea of Misinformation: Dry Drowning and Secondary Drowning. Estos tres profesionales especializados en el asunto que nos ocupa sostienen que dicha confusión viene motivada por la incorrecta atribución exclusiva al hecho de ahogarse con casos en los que, desde un principio, nada puede hacerse por salvar la vida del afectado.

Así pues, se han venido empleando fórmulas como ahogamiento secundario para denominar los cuadros en los que las complicaciones derivadas del accidente no son instantáneas. Pero nada más lejos de la realidad. Por supuesto que es posible que, cuando ha entrado agua en las vías respiratorias, la situación empeore. Sin embargo, en estas situaciones suelen detectarse síntomas tempranos como tos persistente, espuma en la boca o la nariz, confusión o comportamiento anormal, que sin lugar a dudas han de ser tratados de inmediato. En cambio, de lo que no hay constancia alguna es de escenarios clínicos totalmente asintomáticos que deriven en un desenlace fatal pasados días o semanas.

Lo que sí es cierto, advierten los citados facultativos, es que se han registrado ciertos casos mortales en los que las señales iniciales eran mínimas. He aquí donde surge el dilema de cómo detectar esos signos casi inapreciables de que algo no va bien. Para resolverlo nos proponen el ejemplo de una bebida que se nos va por el lado equivocado y nos produce una tos intensa que se resuelve en cuestión de segundos o algún minuto. Pues bien, todo lo que exceda de tal reacción corporal, deberá considerarse como un acontecimiento potencialmente peligroso y merecedor, por tanto, de recibir atención médica.

Atención médica ante signos de ahogamiento
Cuando apreciemos síntomas leves de ahogamiento debemos acudir al médico sin dudarlo | Fuente: Needpix

¿Cómo prevenir un ahogamiento?

Por fortuna, antes de que tenga lugar cualquier incidente podemos extremar las precauciones necesarias y dificultar así su irrupción. Ya sea en el mar, en piscinas, en lagos, en ríos o en cualquier otro medio acuático, la Asociación Española de Pediatría lanza una serie de recomendaciones imprescindibles para minimizar estos indeseados sucesos que, la gran mayoría de las veces, se presentan como consecuencia de descuidos de los adultos:

  1. Impartir clases de natación puede ser útil, pero nunca suficiente para evitar los ahogamientos, por lo que no debemos confiarnos pese a que nuestros hijos muestren una clara desenvoltura dentro del agua.
  2. Cuando hablemos de bebés o de niños pequeños, debemos mantenerlos a una distancia inferior al alcance de nuestro brazo.
  3. En etapas posteriores, aunque sepan nadar, hemos de ejercer en todo momento una labor de vigilancia y evitar cualquier tipo de distracción.
  4. Sobre todo en lugares de baño abiertos, es importante escoger zonas supervisadas por equipos de socorrismo.
  5. En lo referente a los adultos encargados del cuidado de los niños, deben saber nadar, llevar a cabo un rescate e iniciar maniobras de reanimación tras solicitar la ayuda oportuna.
  6. No hay que dejar a un menor pendiente de otros, incluso en espacios aparentemente inofensivos como bañeras, bocas de riego o spas.
  7. Nuestros hijos adolescentes deben tener bien presente que el consumo de alcohol o drogas mientras se bañan conlleva serios riesgos que pueden ser fatales.

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